Cada decisión que tomamos, por pequeña que parezca, va moldeando nuestro futuro; pero cuando esas decisiones involucran dinero, hay algo que nunca deberíamos permitir; decidir bajo el dominio de las emociones.
Porque en esos momentos de entusiasmo, tristeza, miedo, euforia o nostalgia, la lógica se apaga, el sentido común se encoge y esa acción sin reflexión puede terminar siendo un gran error.
En mi experiencia, he escuchado a clientes que, una noche con un par de copas de vino encima (tal vez más), terminaron comprando boletos a Bali. Ese “impulso” de libertad, adrenalina y emoción pura terminó al día siguiente con chuchaqui… y la tarjeta al límite.
Hubo quienes, por no saber decir que no, aceptaron planes de premios, paquetes de viaje con tiempo compartido, negocios, préstamos o “propuestas de inversión” que apenas entienden, solo por no quedar mal. Es ese tipo de decisión que empieza con una sonrisa y termina con ansiedad, cuando los pagos llegan y el entusiasmo se desvanece.
Decidir para agradar a otros casi nunca termina bien.
Y están los más sentimentales, los que heredan una casa, un terreno o un local y sienten que venderlo sería como traicionar un recuerdo. Algunos incluso invierten dinero para “cumplir el sueño” que tuvo su ser querido, sin detenerse a analizar si esa inversión tiene sentido o retorno. Lo que los guía es el amor o la nostalgia, pero el resultado suele ser un peso financiero difícil de sostener.
No se trata solo de no tomar decisiones cuando dominan las emociones, sino de aprender a decidir con calma y propósito. En realidad, las personas que logran estabilidad económica no son las que más ganan, sino las que piensan antes de actuar.
Los estudios que inspiraron El millonario de la puerta de al lado mostraron que la mayoría de quienes alcanzan independencia financiera lo hacen gracias a su disciplina. Viven dentro de sus posibilidades y piensan en el largo plazo, incluso cuando el entorno los empuja a gastar más.
No es frialdad, es madurez.
También está comprobado, como explica el periodista financiero Jason Zweig, que las emociones alteran literalmente el funcionamiento del cerebro cuando tomamos decisiones de dinero. La euforia activa los mismos circuitos que producen placer, lo que nos hace sentir invencibles y reduce nuestra capacidad de evaluar riesgos. El miedo, en cambio, paraliza y nos empuja a decisiones defensivas o apresuradas.
En ambos extremos, la emoción manda y la razón se pierde.
Por eso, la verdadera inteligencia financiera no está en saber de números, sino en saber analizar las decisiones.
Antes de comprar, invertir o endeudarte, detente un momento y pregúntate:
- ¿Estoy decidiendo con claridad o desde una emoción pasajera?
- ¿Esta decisión encaja en mi plan financiero o lo altera?
- ¿Qué pensaría mañana mi versión más racional sobre lo que estoy a punto de hacer?
Las decisiones financieras, como las semillas, toman tiempo en mostrar sus frutos. Y aunque el corazón tiene su lugar en la vida, cuando se trata de dinero, el propósito siempre debe tener la última palabra.
Con gratitud y dedicación.
FD